sábado, 4 de octubre de 2008

SUBIO POR LA ESPALDA

Esta noche la ciudad olía a Bukowski, a vino, a Bukowski. En medio de los bailes paridos por el viernes, la séptima se volvió quinta y me invitó a caminar, a dejar los rincones de los bares, sólo por hoy, a acariciar esas calles tan amadas, tan odiadas. Cada esquina tenía un farol, y con cada farol sonaba una canción, que la Varela, que don Lavoe, no nombro más porque después de pasar, se va perdiendo la memoria de a pocos. Pero bien, esta caminata nocturna, era como la obra teatral de mi vida, cada calle un acto, cada acto una lágrima o una sonrisa, compré unos cigarros a una mujer de edad que aún vendía dulcecitos y relojes en el centro y hablamos un rato del clima de la ciudad, de lo extraño que era no estar temblando de frío; pasaron dos ratitas corriendo, y preferí seguir mi ruta no marcada. Pero esta noche tan especial, intentaba llevarme a algún lugar, cada parte parecía distinta, caía nieve en la plaza de las nieves, la calle del pescado ya muy inundada y el parque de la independencia se respiraba como un absurdo, los buses no llevaban a nadie y tampoco se detenían, las placas eran letras de canciones en desorden, y unos niñitos jugando a la rayuela me dejaron comprenderlo todo. Hoy la ciudad representaba mi vida, y en esta había muy poca gente, porque después de conocer a tantos, uno sólo recuerda los importantes. No sé por qué en mi mano apareció un helado de vainilla y chocolate y al acabarlo una cerveza, metí las manos al saco, y torpemente encontré el último cigarro, al encenderlo, noté que me encontraba en la placita de Bolívar, estaba llena de palomas que gritaban cosas como dementes, recuerdo que una gritaba: “en un principio fue el átomo, luego la filosofía” y allí dejé de prestarle atención, los perros de la calle estaban gordos y llenos de tanta comida, pensé que tal vez era por un sueñito de infancia. Claro. Es mi Bogotá, algo alterada, pero mi Bogotá, así que los gatos no podían faltar, aruñaban el aire, y caminaban por el cielo, como bailarinas en una cuerda floja. De pronto, todo en blanco. Ahora sólo vi doce chozas, sí, el ácido había hecho efecto.

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